¿Son los economistas culpables de la inacción climática?

Según el autor de una investigación relacionada, “la industria ha estado promoviendo a ciertas personas, ciertos modelos e incluso cierto paradigma” que dan un lugar preponderante a quienes buscan desacreditar la ciencia climática y sus costos.

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Por Gernot Wagner
19 de septiembre, 2021 | 02:41 PM

Bloomberg — Ya pasamos los días en los que pronunciar las palabras “economista climático” provocaba confusión, lástima o algo peor: “¿Cuál de las dos? ¡Escoge tu bando! Puedes centrarte en el clima o en la economía, pero no en ambos”.

Hoy en día, sin embargo, hay otra reacción que es más común, especialmente en muchos círculos progresistas que suelen estar más preocupados por abordar el cambio climático: “La culpa es tuya”.

No, no personalmente. Mira, soy vegetariano, nunca he conducido y comparto 750 pies cuadrados (aproximadamente 70 metros cuadrados) totalmente electrificados con dos niños y un perro (rescatado, por supuesto, gracias por preguntar). Esa lista tiende a suavizar el golpe. Pero como economista sé que la acción individual no es suficiente. Hace falta una política. Y aquí comienzan los problemas.

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Los economistas, después de todo, prefieren los impuestos al carbono, o quizás el comercio de derechos de emisión. En cualquier caso, valoran la eficiencia über alles (sobre todo) y, en general, ensalzan las virtudes de las soluciones “sencillas” basadas en el mercado: Fijar el precio adecuado y salir del paso. Bueno, algo así.

La disciplina se hace a sí misma pocos favores al generar cartas de adhesión masiva con miles de economistas que apoyan declaraciones públicas sobre estos temas, argumentando, por ejemplo, cómo “sustituir regulaciones complicadas por una señal de precios promoverá el crecimiento económico”. Nadie, por supuesto, quiere una regulación innecesariamente complicada. Pero es fácil ver cómo declaraciones como esa pueden ser malinterpretadas para argumentar a favor de precios bajos excluyendo los más altos.

Para mérito suyo, el economista de Yale y premio Nobel Bill Nordhaus no firmó esa “Declaración de los economistas sobre los dividendos del carbono” que pedía este tipo de simplificación regulatoria. Su modelo pionero de economía del clima ha sido a menudo calumniado por promover precios al carbono más bajos y, por tanto, una política climática menos ambiciosa de lo que estaría justificado. Incluso algunos de los que firmaron la carta han pedido una ambición significativamente mayor. Luego está lo que podríamos llamar el “ecosistema” más amplio del análisis económico, que muestra algunos sesgos reales.

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Ben Franta destaca estos sesgos inherentes en un nuevo artículo titulado Weaponizing economics: Big Oil, economic consultants, and climate policy delay (Usando la economía como arma: las grandes petroleras, los consultores económicos y el retraso de la política climática en español). Franta es un estudiante de doctorado en historia de la ciencia en Stanford, con un doctorado en derecho y otro en física aplicada. Su análisis muestra cómo, una y otra vez, los estudios de consultores económicos fueron utilizados por la industria energética, sus grupos de cabildeo y otros para retrasar la política climática. Pero, ¿se trata simplemente de una acusación a este grupo concreto de consultores económicos, o a la economía en general?

En una larga conversación, Franta argumentó a favor de esto último, haciendo hincapié en cómo “la industria ha estado promoviendo a ciertas personas, ciertos modelos e incluso cierto paradigma (de la economía neoclásica) porque favorece a la industria”. Y así es, con lo que Franta llama acertadamente “punto de partida sesgado contra la regulación”. Para Franta, por lo tanto, los “comerciantes tradicionales de la duda”, que se propusieron desacreditar la ciencia climática en sí, y los escépticos económicos “vienen en pareja”.

En efecto, existen sesgos inherentes a la propia estructura de la disciplina. Confundir la precisión con la “racionalidad” puede ser uno de los más perniciosos. Las afirmaciones económicas sobre lo que es deseable se basan habitualmente en el análisis costo-beneficio, por ejemplo, contabilizar los beneficios de reducir las emisiones de CO₂ y sopesarlos con los costos de hacerlo. Los sesgos son claros: los beneficios suelen subestimarse, mientras que los costos se sobrestiman.

Me gustaría pensar que la mayoría de los economistas son conscientes de estos sesgos, incluso si siguen adelante con sus análisis y posteriores pronunciamientos políticos. El trabajo de los consultores económicos que aplican las herramientas desarrolladas en la academia, por su parte, suele ir un paso más allá. En su mayor parte, trabajan para clientes particulares, que los contratan por una razón.

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La culpa aquí, al final, puede que no sea tanto de los economistas (académicos) o de la economía en sí misma, sino de lo que Franta en nuestra conversación llamó el “enfoque de la ciencia tipo litigio” que suele ser el núcleo del trabajo de los consultores económicos.: “No tenemos que tener razón, porque el otro lado tiene su propia gente”.

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La economía bien hecha, por su parte, apunta a una acción climática mucho mayor que la actual. Nada de esto, por supuesto, exime a los economistas de examinar sus propios prejuicios. Pero no, no es culpa de los economistas. Al final, todo es política. Siempre lo es.

Es solo que la economía es más política que la mayoría de las otras disciplinas científicas. Y los economistas generalmente no ayudan a su causa, especialmente cuando intentan enterrar la política en su análisis.

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