El líder de la mayoría del Senado, Chuck Schumer, demócrata de Nueva York, a la derecha, durante una conferencia de prensa con Janet Yellen, secretaria del Tesoro de EE.UU., y la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, demócrata de California, en el Capitolio, en Washington, D.C., el jueves 23 de septiembre de 2021.
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Bloomberg Opinión — La semana pasada se produjo un raro triunfo de la sustancia sobre la política en Washington. En su testimonio ante el Comité de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, se pronunció a favor de la supresión del techo de la deuda. Tiene razón: El techo de la deuda merece desaparecer. Esta extraña peculiaridad del proceso presupuestario de EE.UU. no tiene ningún propósito excepto para que, de vez en cuando, un partido u otro busque ventajas políticas amenazando con llevar al sistema financiero al caos. Nunca es un buen momento para coquetear con una crisis financiera, pero con la recuperación aún lejos de completarse, este es un momento especialmente malo.

El lunes, el presidente Joe Biden argumentó que los republicanos deberían estar de acuerdo con no obstruir mediante el proceso conocido como filibuster un proyecto de ley para elevar el techo, lo que permitiría a los demócratas aprobar la medida por mayoría simple. Los republicanos han dicho que no desempeñarán ningún papel en la resolución de la situación. Los demócratas no quieren hacerlo solos, argumentando que la otra parte debe aceptar su responsabilidad por las obligaciones contraídas anteriormente y que, de todos modos, no hay tiempo para que los demócratas sigan el proceso necesario para hacerlo sin esa cooperación.

Si los republicanos se niegan a ceder, los demócratas tendrán que seguir adelante por sí mismos. La semana pasada, el parlamentario del Senado confirmó que el techo podría elevarse mediante el llamado proceso de reconciliación. El tiempo apremia y para que esto funcione los demócratas deberán actuar con rapidez. Sin duda, actuar por su cuenta requerirá que paguen un precio; sin embargo, puede ser la forma más barata de salir del aprieto en el que se encuentran. Para aprovechar al máximo ese desembolso, deberían suprimir el techo en lugar de restablecerlo a un nivel que haga que esta pesadilla se repita dentro de un par de años. Si las reglas arcanas del Senado u otras consideraciones les impiden abolirlo por completo, deberían elevarlo a una altura estratosférica, dejándolo fuera de consideración durante mucho tiempo.

El principio que justifica esta medida es claro. El Congreso y el presidente establecen las políticas de gasto e impuestos del gobierno federal. El Tesoro no puede decidir por separado cuánto va a pedir prestado: esa decisión ya está tomada. A lo largo de los años, el gasto casi siempre ha superado los ingresos, y para financiar los déficits resultantes, el Tesoro ha tenido que emitir deuda. Pero periódicamente este proceso contraviene el límite legal de la deuda que el Tesoro puede emitir. Una vez que se alcanza el límite y el Tesoro haya agotado varias maniobras dilatorias, el gobierno se verá obligado a incumplir.

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El Tesoro puede pedir prestado con las tasas de interés preferidas del mercado financiero porque nadie jamás ha cuestionado seriamente su capacidad para cumplir con sus obligaciones en su totalidad y a tiempo. Durante guerras, crisis financieras y pandemias, el Tesoro siempre ha sido fiel a su palabra. Si esto ya no fuera así, los inversionistas incorporarían una prima de riesgo a las tasas de interés del Tesoro. Durante décadas, los futuros contribuyentes pagarían por los errores de hoy.

Algunos argumentan que un incumplimiento “parcial” podría no ser tan malo. Tal vez el Tesoro podría retrasar pagos esenciales para la lucha contra el Covid-19, o beneficios para los destinatarios de los cupones de alimentos, o los salarios de los controladores de tráfico aéreo mientras prioriza los pagos a los tenedores de bonos, salvaguardando así la posición del Tesoro como prestatario sin riesgo. ¿Suena como un argumento ganador en la arena política? Yo tampoco lo creo.

El mejor argumento en defensa del techo de la deuda es que ofrece una oportunidad periódica de ejercer disciplina fiscal. Por muy absurdo que parezca tentar al Congreso a incumplir compromisos, incluidos los de larga duración, quizá el techo de la deuda interrumpe el progreso de la nación hacia la irresponsabilidad fiscal. Sin embargo, el historial de aumento persistente de la deuda apenas respalda esta teoría. El momento adecuado para imponer la disciplina fiscal es cuando el país toma sus decisiones sobre impuestos y gastos.

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Por último, se podría pensar que las crisis periódicas del techo de la deuda son un mero teatro que nadie debe tomar en serio. El problema es que la amenaza de permitir que el gobierno deje de pagar no ejercería ninguna fuerza en las luchas políticas a menos que tuviera al menos una pizca de plausibilidad. Por supuesto, el peor desenlace puede ser improbable, pero es inaceptable que tal cosa sea posible.

Los senadores moderados podrían sentirse incómodos al votar para abolir el límite máximo o volverlo irrelevante elevándolo a un número extravagante. Pero si tienen el coraje de hacerlo, tendrán un gran tema de conversación: gracias a sus esfuerzos, el futuro financiero de la nación será más seguro. Eso debería valer para algo. Independientemente de si son conservadores, liberales o un punto intermedio, los votantes deberían estar complacidos de que el Congreso finalmente haya actuado para detener la locura.